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Que la guerra en Ucrania se ha convertido en el mayor laboratorio de drones de combate del planeta está fuera de toda duda. De hecho, tanto Rusia como, en mayor medida, Ucrania, han elevado a estos dispositivos hasta configurar una industria bélica sin precedentes que sitúa a las máquinas como el ejército del futuro de cualquier contienda. 

Lo que no era tan conocido era de dónde salía la mayoría de los drones de Ucrania.

Origen y metamorfosis. Lo que empezó tres años atrás como una agencia de localizaciones y atrezzo en sótanos y garajes ha mutado en una industria bélica a escala casi industrial: Fire Point, cuyo propietario y ejecutivos provienen del mundo del cine y la construcción de mobiliario exterior, ha pasado de ensamblar drones con piezas comerciales a producir, según sus ejecutivos, cientos de municiones propulsadas y de largo alcance desde al menos treinta emplazamientos secretos dispersos por Ucrania.

Pero hay mucho más, porque la compañía ha crecido tanto que actualmente se ha consolidado con contratos por alrededor de mil millones de dólares en un solo año. Un tránsito que refleja la rápida profesionalización y comercialización de unas iniciativas nacidas por patriotismo y urgencia en febrero de 2022, cuando los talleres subterráneos improvisados se convirtieron en una respuesta efectiva (aunque precaria y fragmentaria) frente a una invasión a gran escala.

Producción, diseño y empleo. Los productos de Fire Point, como su dron FP-1, son máquinas sencillas en materiales (poliestireno, madera contrachapada, plásticos, y fibra de carbono procedente del ciclismo) pero ensambladas con una lógica de producción en volumen: despegue asistido por cohete, motor de dos tiempos, alcance que se mide en cientos de kilómetros y ojivas de más de cincuenta kilos en algunos diseños.

Su catálogo incluye, además, el prometedor misil Flamingo, un aparato mayor, con motor a reacción y una autonomía y carga teórica que, de confirmarse a escala, podría reconfigurar la capacidad ucraniana para golpear objetivos profundos. La filosofía industrial ucraniana aquí es clara: barato, desechable, masivo. La eficacia no exige reprocesos ni longevidad, sólo que algunos ejemplares atraviesen las redes de defensa y cumplan su misión única.

Un FP-1
Un FP-1

Un FP-1

Estrategia militar y efectos. La proliferación de estas municiones ha permitido a Ucrania sostener una campaña sistemática contra infraestructuras energéticas rusas (refinerías y nodos logísticos) buscando no sólo un efecto táctico sino presión estratégica y palanca en eventuales negociaciones. 

De hecho, la multiplicidad de fabricantes domésticos y la adaptabilidad técnica han forzado a Rusia a encarar una erosión diaria de su aparente inmunidad aérea, obligando a reasignar recursos defensivos y a contemplar la guerra de bajo coste como un vector decisivo.

Transparencia y control. El ascenso meteórico de Fire Point no ha estado exento de sombras: denuncias públicas y auditorías señalan adjudicaciones opacas, ausencia de negociaciones de precio obligatorias, cuestionamientos sobre calidad técnica inicial y la posible implicación de actores vinculados al entorno mediático y empresarial cercano al poder.

De hecho, la Agencia Nacional Anticorrupción ha inspeccionado vínculos con personajes asociados al círculo presidencial y hay llamados parlamentarios a investigar precios, especificaciones y el destino de beneficios multimillonarios. A pesar de ello, la narrativa pública combina sospecha y exaltación: héroes nacionales y empresarios estratégicos que han apuntalado la capacidad defensiva, a la vez que activistas y analistas reclaman más controles y transparencia en contratos de guerra.

Industrialización y ecosistema. El fenómeno no es un caso aislado sino el centro de una revolución industrial: miles de empresas, cientos centradas en drones de largo alcance y decenas compitiendo por contratos, atraen fondos extranjeros, socios y proyectos de joint venture.

Organismos estatales fletan incentivos, mientras fondos internacionales (como el reciente vehículo noruego-ucraniano) muestran que el ecosistema empieza a profesionalizarse y a buscar legitimación comercial y tecnológica más allá de la emergencia. Para la defensa europea y norteamericana, Ucrania ofrece ahora una experiencia única en misiones no tripuladas y diseño rápido, lo que despierta interés tanto militar como industrial.

Dilemas éticos. Qué duda cabe, el balance plantea dilemas: la economía bélica doméstica reduce la dependencia de donaciones aliadas y escala la capacidad ofensiva, pero plantea preguntas sobre control democrático, rendición de cuentas y el riesgo de que lucrativos negocios de guerra se perpetúen más allá de la necesidad estratégica.

Plus: la proliferación de sistemas baratos y masivos exacerba la naturaleza asimétrica del conflicto y plantea riesgos de escalada y de difusa responsabilidad sobre objetivos selectivos y daños colaterales.

Perspectivas. En suma, la historia de Fire Point sintetiza el fenómeno ucraniano: creatividad industrial (en muchos casos, no les queda otra) convertida en músculo estratégico, una industria surgida del voluntariado transformada en actor clave del aparato militar, pero también en foco de controversia por su rapidez, sus márgenes y la opacidad propia de un país en guerra. 

El desafío futuro es doble: consolidar capacidades tecnológicas y productivas que sigan rindiendo en combate, y al mismo tiempo insertar ese pujante sector en marcos de gobernanza y transparencia que impidan que la eficiencia bélica evolucione hacia economías de corrupción o captura política.

De cómo Ucrania resuelva ese binomio definirá si su revolución dronística permanece como mérito colectivo o se convierte en carga institucional.

Imagen | X, Mezha

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