El cuarto episodio de la nueva temporada de La Casa del Dragón podría dividirse fácilmente en dos partes. Por un lado, una que dedicó tiempo y esfuerzo a explorar, en las fortalezas y debilidades de los Negros y Verdes. Por el otro, el que llevó a la primera gran batalla de la llamada Danza de Dragones, que dejó, a su paso, dos aparentes bajas de capital importancia. También, que demostró que detrás de los dragones — o sobre sus monturas — y entre las mesas de los respectivos Concejos, el problema radica en la falta de habilidad de unos y otros. En especial, al lograr que la disputa por el Trono de Hierro, amenace no solo con la familia Targaryen — eso, por descontando — sino también, con las numerosas casas de Poniente. 

Lo que se demuestra como los Verdes, avanzan en medio de un terreno desigual. Por ahora, el ejército de Ser Criston Cole (Fabien Frankel), se ha dedicado a la conquista de señores y clanes de poca importancia. Quizás, no tengan mucha relevancia al momento de hacer cuentas sobre el poder que pueden exhibir. Pero lo obvio, es que las maniobras de la nueva Mano del Rey, le llevan a una victoria pírrica y quizás, endeble, pero victoria al fin. Mucho más, cuando es evidente que bajo el consejo de Aemond Targaryen (Ewan Mitchell), se trata de una campaña planeada para crear condiciones estratégicas para un ataque. Pero, por otro lado, debilitar la posición de Aegon II (Tom Glynn-Carney). Como lo deja claro la pelea en alto valyrio, que ambos hermanos sostuvieron en un momento de evidente precariedad en los planes del joven rey. 

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Por lo pronto es obvio, que tanto las decisiones del monarca como de su Mano, no son las mejores. Mucho más, al mostrar su fortaleza de forma pendenciera y desordenada, al asesinar a Lord Gunthar Darklyn (Steven Pacey) después de la Batalla de Duskendale. Una muerte innecesaria que dejó claro que Ser Cole, no tiene la capacidad de la diplomacia — para sorpresa de nadie — y que, de hecho, su avance se debe a golpes de efecto alrededor del continente. Lo que, por ahora, ha dado resultado, en vista de la inacción de los Negros. Pero que, cómo demostrará este capítulo, les llevará al peor escenario posible en la recién comenzada guerra. 

Malos sueños y una bruja en Harrenhal

Al otro lado del reino, las cosas no pueden ir peor. Daemon (Matt Smith), continúa intentando superar la humillación de la pelea con Rhaenyra (Emma D’Arcy) en una toma pacífica del enorme castillo de Harrenhal. Pero ya sea porque el enclave se encuentra en cenizas o que el rey consorte no tiene la intención de brindar más poder a la Reina Negra, lo cierto es que nada de lo que sucede en el territorio es de real importancia. El guion del capítulo tiene especial cuidado en demostrar que las lealtades de Daemon no solo no están claras — como es obvio — sino que, además, todavía está tratando de decidir, si realmente necesita a su esposa para ejercer el poder.

No es una elección sencilla. De hecho,  le puede costar la acusación de traición y una muerte violenta. Por lo que Daemon parece en medio de decisiones urgentes que no quiere tomar. Mientras eso ocurre, tiene sueños con la joven (Milly Alcock) y una fantasmagórica conversación con la espectral Alys Ríos (Gale Rankin). En medio de delirios y lo que parece el anuncio de una tragedia mayor, Daemon termina por beber una extraña pócima que merma aún más sus capacidades. Lo que hace temer — y no por primera vez — de su desempeño en una guerra que forjó y alentó, pero en la que todavía no ha tenido la más mínima actuación. Más allá de provocar un desastre para la Reina Negra con la muerte del heredero de Aegon II.

Los misterios de una casa ancestral siniestra

Por si todo lo anterior no fuera suficiente, es evidente que su logro de obtener un castillo en el que nadie puso resistencia, no tiene mayor peso en la situación real. De hecho, cuando el rey grita a Larys (Matthew Needham), el real heredero de la ancestral casa Strong, el retorcido personaje deja claro que, por ahora, el territorio de sus ancestros, no puede ser más inútil. 

Lo que deja claro que Daemon, incluso con la intención de ayudar a la Reina, no está haciendo otra cosa que alejarse del conflicto y obligando a Rhaenyra a tomar decisiones drásticas y ninguna de ellas, realmente buena. Como su ausencia de Rocadragón, que provocó la impaciencia de los señores que la apoyan, la desconfianza de su hijo y abrió el camino a un desastre en puertas. La muerte de un importante miembro de su familia. 

Problemas en todos los flancos en Poniente

En un giro sorprendente, Alicent (Olivia Cooke), también atraviesa sus problemas y pocos, relacionados con su dura conversación con Rhaenyra. Por lo visto, la reina teme haber quedado embarazada de sus encuentros furtivos con Ser Cole, lo que le lleva a pedir hierbas abortivas y encontrarse en una situación complicada. Peor aún, a lidiar con el ego fracturado de Aegon II, que desea probarse a sí mismo sin encontrar el modo. Pero la situación se hace peor, cuando es evidente que el joven monarca, no solo no tiene la menor idea de cómo abarcar todos los frentes que Aemond y Criston abrieron — que ya sería grave — sino que necesita desesperadamente un triunfo. 

El guion es lo suficientemente sutil como para llevar, tanto a los Negros como a los Verdes, al terreno complicado de las decisiones desperadas. Por un lado, en Rocadragón, un nuevo ataque de Cole, deja claro que la Reina debe responder de alguna forma a los ataques, provocaciones y conquistas en las Tierras de la Corona. Al otro extremo, Aegon II está consciente que está sobre bases frágiles. 

Tanto como para tener que suplicar a su hermano una guerra, con la que no sabe cómo lidiar ni, mucho menos, vencer. En medio de ambas situaciones, todo conduce a lo que podría llamarse la segunda parte del capítulo, que ahora sí, muestra la esperada Batalla de Reposo del Grajo. Clásica en el libro Fuego y Sangre (2018) y que llevará a ambos contrincantes a medir fuerzas entre sí.

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