La crisis de las bacterias resistentes a antibióticos es cada vez más grave, por lo que la necesidad de buscar nuevos bactericidas apremia. Se han encontrado sustancias con efecto antimicrobiano en los lugares más inesperados, desde la microbiota de los gatos hasta la sangre del oso panda. No obstante, se necesita mucho más, por lo que los científicos siguen investigando el potencial de nuevas sustancias. Recientemente, un equipo de científicos de la Universidad Northeastern de Boston, Massachusetts, quiso buscar opciones en muestras de tierra. Distintos miembros del grupo de investigación llevaron muestras de varios lugares, pero el jardín de un técnico de laboratorio resultó ser el emplazamiento de la muestra perfecta.
Estos científicos querían, básicamente, poner a las bacterias a pelear entre ellas. Se sabe que hay bacterias que pueden ser muy dañinas para otras. A menudo la lucha se lleva a cabo a través de la liberación de toxinas, por lo que pensaron que sería interesante encontrar una toxina de alguna bacteria inocua para humanos que pudiese matar a aquellas bacterias resistentes a antibióticos que sí nos hacen daño. Dado que la tierra es un lugar con una variedad enorme de poblaciones bacterianas, decidieron cultivar muestras de las bacterias halladas en la tierra llevada por los trabajadores del laboratorio. Después, las guardaron durante todo un año y, pasado ese tiempo, comprobaron su eficacia para combatir a la bacteria Escherichia coli.
Al poner en contacto muestras de esta bacteria con las halladas en la tierra vieron que muchas de las bacterias del género Paenibacillus tenían la capacidad de combatirla. Además, observaron que se debía a la liberación de una sustancia llamada lariocidina. Y, mejor aún, confirmaron que esta sustancia tiene la capacidad de atacar a las bacterias resistentes a antibióticos, ya que su modus operandi es muy distinto al que emplean estos fármacos.
El peligro inminente de las bacterias resistentes a antibióticos
Según un estudio publicado en The Lancet en 2024, las bacterias resistentes a antibióticos amenazan con acabar con la vida de 208 millones de personas en los próximos 25 años. Muchas infecciones que se han considerado leves por su fácil tratamiento en las últimas décadas podrían volver a dar provocar enfermedades graves, como ya lo hicieron antes del descubrimiento de la penicilina.
El mal uso que hacemos de los antibióticos, empleándolos cuando no son necesarios, o su utilización excesiva en ganadería, entre otros hábitos, están llevando a que este sea un problema cada vez más extendido. Una gran pandemia silenciosa a la que no hemos prestado atención.


Poco a poco, a medida que han aumentado las muertes de personas por infecciones con bacterias resistentes a antibióticos, nos hemos ido concienciando. El terrorífico y temido antibiograma en el que se señala que la bacteria que se analiza es resistente a todos los antibióticos es ya una realidad. Además, si no hacemos nada para solucionarlo, será cada vez más frecuente. Lógicamente, además de concienciar a la población para que haga un mejor uso de los antibióticos, es recomendable que los científicos busquen alternativas a estos fármacos. La OMS señaló en un informe de 2024 que, en 2023, había un total de 97 compuestos candidatos a fármacos antibacterianos en fase de desarrollo clínico. Hay mucha investigación en marcha, pero se necesita más. Por eso es tan importante lo que un técnico de laboratorio ha encontrado en su jardín.
Un tesoro enterrado en el jardín
Los autores del estudio publicado en Nature comprobaron que la lariocidina es así de especial por su forma de atacar a las bacterias. Mientras que los antibióticos suelen atacar directamente a la pared celular de las bacterias, impidiendo su supervivencia, o bloquear su reproducción o su nutrición, la lariocidina se focaliza en sus fábricas de proteínas.
Y es que las bacterias, igual que nuestras propias células, tienen en su interior unos orgánulos, llamados ribosomas, que se encargan de construir las proteínas indicadas en las instrucciones de su material genético. Una vez que la información está lista para traducirse, se une a los ribosomas. También se une a ellos el ARN de transferencia. Este es un tipo de ARN que lleva acoplados los aminoácidos que actúan como bloques para la construcción de las proteínas. Esas proteínas serán esenciales para la supervivencia de la célula. En este caso, de las bacterias.
La información que lee el ribosoma está en forma de ARN mensajero. Este consta de una larga combinación de cuatro tipos distintos de letras: A, U, G y C. Estas hacen referencia a la adenina, el uracilo, la guanina y la citosina. Se trata de las bases nitrogenadas que diferencian a unos nucleótidos de otros, siendo los nucleótidos los bloques que conforman el ADN y el ARN. Pero no nos fijemos en eso. Vamos a quedarnos con que al ribosoma llega una larga combinación de esas 4 letras: A, U, G y C.
La importancia del código genético
Los aminoácidos, que hemos visto que son los bloques que conforman las proteínas, son de 20 tipos distintos. Cada uno de ellos se corresponde con 3 de esas letras. Por ejemplo, la combinación UCA hace referencia a la serina y CCG a la prolina. Esa asociación entre los aminoácidos y cada triplete es lo que se conoce como código genético. A medida que el ARN mensajero va pasando por el ribosoma, el ARN de transferencia engancha a la cadena que se convertirá en la proteína el aminoácido correspondiente a las tres letras que va leyendo.
¿Y qué es lo que hace la lariocidina? Ataca tanto al ribosoma como al ARN trasnferente. No impide que se formen las proteínas, pero sí interrumpe el buen funcionamiento de la fábrica de proteínas y su suministradora de aminoácidos. Por lo tanto, se construyen proteínas erróneas que, en un momento dado, terminan siendo tóxicas para la bacteria.


Las bacterias resistentes a antibióticos no han aprendido a evadir este mecanismo, porque ningún antibiótico actúa así. Se vio que la lariocidina ralentizó el crecimiento de una gama de bacterias patógenas comunes, incluidas muchas cepas multirresistentes. Además, en cultivos con células humanas no se vio ninguna toxicidad. Y algo mejor aún: al tratar con esta sustancia unos ratones infectados con bacterias resistentes a antibióticos, estos sobrevivieron. En cambio, los no tratados fallecieron en menos de 28 horas.
Habrá que seguir investigando, es cierto. Sin embargo, parece que el jardín del técnico de laboratorio escondía una gran candidata como tratamiento contra bacterias resistentes a antibióticos. Eso sí que es encontrar un tesoro.