Suele ser normal. En Venezuela, queremos decir. Ya había pasado, y en estos días, después de que Fernando Batista y la Vinotinto cayeran de bruces la noche decisiva de Maturín, vuelve a ser la baraja a jugar en el póker del fútbol venezolano.

Pasó aquella vez, cuando después de ocho meses sin técnico, de entre las brumas del tiempo apareció el portugués José Peseiro para salvar lo insalvable. Líos, pagos incompletos y quién sabe qué cosas le hicieron correr. Ahora Venezuela está de nuevo a la espera de su redentor, de su “José Peseiro” o algo más, para enrumbar el barco a la deriva y sin timón.

Y entonces, surgen nombres; tantos, que traen a la memoria aquella novela de José Saramago (vaya, otro José y también portugués) titulada “Todos los nombres”, en la que un oficinista del registro archivaba cada día, sin conocerlos, a cientos de personajes. Si Saramago hubiese vivido en Caracas en esta época tal vez hubiese incluido en su obra a todos estos señores…

Comenzaremos con los extranjeros: Luis Zubeldía, Ricardo Gareca (argentinos), Adenor Leonardo Bacchi “Tite” (brasileño), Reinaldo Rueda, Hernán Darío “Bolillo” Gómez (colombianos). Ahora los venezolanos: Rafael Dudamel, César Farías, Richard Páez, Oswaldo Vizcarrondo, Johnny Ferreira.

En este carnaval de nombres las preferencias han estado encaramadas en la balanza del va y viene. Al comienzo de la saga fue Zubeldía el favorito, Farías también tuvo “su turno al bate”, Gareca fue desestimado por su fracaso con Chile, a Richard Páez se le mencionó en medio del tumulto; así fueron pasando unos y otros. Reuniones, ofrecimientos, promesas, posiciones políticas, simpatías personales, tantas cosas en el centro de la cancha…

En horas recientes ha tomado fuerza, como el huracán Katrina en Nueva Orleans o el ciclón Priscilla que azota sin piedad las costas mexicanas, el veterano Tite. Por ahí se sospecha, en las murmuraciones de fútbol y en los chismes de cafetería, que ese es el hombre. Se asegura también que, en una reunión de alto gobierno, la Federación Venezolana le pondrá sus pergaminos sobre la mesa para ver si el experimentado preparador cae en la “armadilha” (emboscada, como se dice en Brasil), para tomar el control de la Vinotinto.

Más allá, a un costado de los movimientos oficiales, vale la pena escuchar la voz de la calle. La gente, los aficionados aquellos que llevan la cicatriz marcada y que sufrieron hasta lo indecible la derrota ante los colombianos, claman por un venezolano. Por aquel que entienda los caracteres, que sepa de las vidas de los jugadores, que conozca a su familia y que, en el fondo de todo, allá donde solo un tipo de aquí pueda llegar, se identifique con las raíces de un país en el que el fútbol sigue procurando su lugar en el corazón popular.
Eso nunca lo podrá entender, por mucho que sepa de fútbol, un extranjero. Nunca, nunca…

Para que se sepa, un amargo episodio

Ceferino Bencomo llegó con retraso a un entrenamiento de la selección, y Ratomir Dujkovic, por entonces director técnico, quiso castigarlo. Bencomo, lateral derecho, vivía en El Junquito, y debía levantarse a las cinco de la mañana y, sin tiempo para el desayuno, retar los peligros de la carretera para tomar el transporte hasta el estadio Brígido Iriarte. Tales dificultades eran desconocidas por el entrenador serbio, habituado a otras realidades en las que no se vivían tantas vicisitudes. A cualquier dirigente, venga de donde venga, esas cosas le han de extrañar porque para él serán desconocidas, no para un venezolano que ha probado ese trago amargo. Este episodio de Bencomo puede ser ejemplo para conocer la realidad de cualquier jugador de aquí, expuesto siempre a los avatares propios de un fútbol en busca de su verdad y su desarrollo.

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