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El pasado viernes debía tener lugar una reunión nuclear para el futuro de la guerra en Ucrania. Sin embargo, lo ocurrido en la Casa Blanca terminó siendo menos un ejercicio diplomático que una escena de choque frontal: un presidente exigiendo capitulación territorial a un país invadido, un presidente rechazando ceder lo que aún defiende bajo fuego, y un tercer actor ausente marcando el guion remoto de lo que Trump repitió con una literalidad que desdibujó cualquier pretensión de mediación.
Concesiones y amenazas. Contaba en exclusiva el Financial Times que Trump desechó los mapas del frente, repitió que la guerra no era tal sino “operación especial” según palabras de Putin, y urgió a Zelensky a aceptar la pérdida de Donetsk y el conjunto del Donbás como precio de la paz, advirtiendo que “si Putin quiere, te destruirá”.
La conversación degeneró, al parecer, en gritos y lenguaje de ultimátum, con la delegación ucraniana intentando lograr Tomahawks (denegados) mientras escuchaba argumentos idénticos a los de Moscú expuestos un día antes al propio Trump. El presidente estadounidense llegó incluso a verbalizar en público, ya en el Air Force One, la solución de congelar la guerra “donde están las líneas”, dejando “para más adelante” las negociaciones sobre territorio.
La propuesta rusa. Putin, en su llamada previa, exigió rendición total de Donetsk (un objetivo militar que Moscú no ha conseguido en once años de guerra combinada) ofreciendo como contrapartida solo partes de Jersón y Zaporiyia que hoy controla de manera precaria.
Para Ucrania, entregar sin combate el bastión oriental (clave para contener una penetración hacia el Dniéper y Kiev) es inaceptable porque equivaldría a dinamitar la defensa estratégica de todo el país y, en términos psicológicos y políticos, a legitimar un proyecto de anexión violenta activo desde 2014.
Trump y la lectura europea. Trump había insinuado semanas atrás que Ucrania podía recuperar “todo y más”, y que Rusia era una “tigre de papel”, ahora sostiene que Moscú “ha ganado propiedades” y debe reconocérsele algo.
El eco literal de los puntos de Putin en palabras de Trump disipó entre aliados la esperanza de reabrir la vía de armamento y reveló que la matriz de la negociación que Washington empuja ya no es simétrica sino asimétrica: presión descendente sobre el invadido y asunción de la premisa del invasor.


Cálculo interno ruso. Para analistas ucranianos, la exigencia de Donetsk no persigue tanto maximizar ganancia territorial como inducir una fractura sociopolítica dentro de Ucrania: forzar al liderazgo a considerar lo que la sociedad no tolerará para abrir un eje de deslegitimación interna.
Putin, de hecho, ya conoce la imposibilidad social del trueque, y por eso insiste: el coste buscado es la erosión de la cohesión más que la línea sobre el mapa.
La posición ucraniana. Zelenskiy confirmó tras el encuentro que aceptaría congelar el frente en su ubicación actual como condición de entrada a conversaciones, pero subrayó que no habrá entrega adicional de territorio. Considera que cualquier negociación debe partir de cese inmediato sobre la línea de contacto, no de modificaciones territoriales previas en favor del agresor.
Las declaraciones públicas de Trump y la perspectiva de un encuentro Trump-Putin en Budapest no alteran ese principio: sin congelación previa y sin concesión forzada, no hay diálogo viable.
Horizonte táctico. Ucrania entra en invierno bajo ataques masivos contra su infraestructura energética mientras responde golpeando refinerías rusas. La falta de misiles de largo alcance desde Washington tras la llamada con Putin limita su capacidad de contra-escalada profunda justo cuando Moscú busca tiempo, fatiga social y fractura diplomática.
Kiev, a falta de alternativas inmediatas, señala que un alto el fuego sobre líneas actuales sería aceptable como llave de mesa, pero no la rendición de Donetsk como pasaporte de entrada.
Paz a la carta. Si se quiere, el esquema que ha emergido de esta secuencia (llamada Putin-Trump, reunión Trump-Zelensky, propuesta de trueque territorial y apelación al “acuerdo” congelando posiciones) coloca a Ucrania ante una paz condicional que reconoce como hecho consumado la violencia de anexión y exige al invadido formalizarla.
La reacción ucraniana (congelar, negociar, pero no ceder) es el último dique entre un final del fuego y un final del Estado en el sentido político-estratégico. La reunión no acercó un final equitativo de la guerra: clarificó el tipo de final que cierta arquitectura está dispuesta a aceptar, aunque no lo diga en voz alta.
Imagen | Ministry of Defense of Ukraine, NARA