Caramelo, la película del director brasileño Diego Freitas que se ha convertido en un éxito de Netflix, parece, al principio, una historia simple. Eso, al explorar en la amistad entre un perro callejero y un chico, que — para sorpresa de nadie — termina por adoptarlo a pesar de sus dudas iniciales. Todo, para luego vivir juntos, una aventura que hará al nuevo dueño una mejor persona. Solo que la cinta, desafía las expectativas y se esfuerza por equilibrar ternura, humor y vulnerabilidad sin caer en el sentimentalismo forzado. Por lo que conecta con un público amplio del habitual en producciones de este tipo.

Pero en particular, Caramelo es una película con un corazón enorme que deja claro muy rápido, que no quiere inventar la rueda cinematográfica ni caer en clichés. Por lo que enfoca su trama en Pedro (Rafael Vitti), un joven chef en ascenso que enfrenta un diagnóstico devastador: un tumor cerebral maligno. Su rutina disciplinada y solitaria cambia drásticamente cuando un perro callejero, al que más tarde bautiza como Caramelo, entra en su vida de manera caótica y luminosa. 

Así que lo que comienza como una comedia entre un perro haciendo de las suyas, pronto se convierte en un lazo de apoyo emocional. También, en un refugio en medio del miedo y la enfermedad. Caramelo evita que el centro de su premisa sea solo lo simpático que puede resultar a su protagonista canino — interpretado por cinco perros distintos — o el drama humano. En lugar de eso, brinda mayor atención al hecho que, antes o después, un perro puede convertirse en el amigo leal que cualquiera puede necesitar en el peor momento imaginable. 

Vida, amor y ladridos en ‘Caramelo’

Para eso, la película se concentra en los personajes — adorables e imperfectos que rodean a Pedro en un momento duro. Su madre (Kelzy Ecard), protectora y sensible; Camila (Arianne Botelho), una rescatista de animales que encarna la empatía sin adornos; y Leo (Bruno Vinicius), compañero de tratamiento y contrapunto de humor frente a la tragedia. La película completa su elenco con Ademara, Carolina Ferraz, Cristina Pereira y la participación especial de Paola Carosella, cuya presencia refuerza el vínculo entre gastronomía y vida cotidiana.

Lo interesante de Caramelo es que evita caer en el melodrama tradicional que suele dominar las narrativas sobre enfermedades terminales. Diego Freitas apuesta por un equilibrio preciso entre el dolor y la ligereza, logrando que el espectador no se sienta manipulado emocionalmente. El guion introduce momentos de angustia — el diagnóstico, la quimioterapia, la vulnerabilidad física — , pero los alterna con instantes de humor y ternura que desarman cualquier expectativa trágica. La fotografía, luminosa y cálida, refuerza esa sensación de esperanza que se cuela entre las sombras. En lugar de regodearse en el sufrimiento, la película propone una reflexión más amplia: cómo los vínculos, humanos o no, pueden sostenernos frente a lo inevitable.

La actuación de Rafael Vitti sostiene buena parte del peso narrativo. Con una interpretación natural, sin excesos, logra transmitir el desconcierto y la resignación de alguien que, pese al miedo, decide seguir viviendo. Su Pedro no busca inspirar compasión, sino comprensión; es un hombre que redescubre la ternura en lo cotidiano y que, al aceptar su fragilidad, se vuelve más humano. Las escenas entre él y el perro tienen toda la profundidad de un vínculo emocional genuino. No son metáforas forzadas sobre la lealtad o la esperanza, sino gestos simples: una mirada, un silencio compartido, una caminata sin rumbo. Ahí reside gran parte de la honestidad de la cinta. 

Amor para todos los gustos

CARAMELO. (L to R) Rafael Vitti as Pedro, Amendoim as Caramelo in Caramelo. Cr. Courtesy of Netflix /Netflix © 2025

Por su parte, Arianne Botelho aporta calidez y frescura en su papel de Camila. Su relación con Pedro fluye sin los clichés de las historias románticas de enfermedad. No hay discursos ni sacrificios heroicos, solo una conexión que surge de la complicidad y del deseo de acompañar. Bruno Vinicius, en cambio, encarna a Leo con un carisma entrañable, funcionando como válvula de escape emocional. Su humor nunca trivializa el dolor, sino que lo vuelve más soportable. Esa combinación de actuaciones sinceras y un guion que rehúye lo predecible convierte a Caramelo en una experiencia emocionalmente equilibrada.

La dirección de Freitas demuestra un dominio notable del tono. Evita los recursos lacrimógenos y apuesta por una narrativa más contenida, donde la emoción nace de los gestos y no del subrayado musical. El ritmo, aunque pausado, mantiene la atención gracias a la construcción progresiva de los vínculos entre los personajes. La cámara, cercana y cálida, convierte los espacios cotidianos — la cocina, el hospital, el hogar — en escenarios cargados de intimidad. La presencia del perro, más que un símbolo, es un catalizador de transformación: un recordatorio de que la vida sigue moviéndose incluso en medio del dolor.

CARAMELO. (L to R) Rafa Vitti as Pedro, Arianne Botelho as Camila, Noemia Oliveira as Luciana in Caramelo. Cr. Courtesy of Netflix/Netflix © 2025

Comparada con otras películas que exploran la relación entre humanos y animales, Caramelo se desmarca de otras cintas que utilizan al perro para manipular. Aquí, el vínculo no es un recurso narrativo para provocar lágrimas, sino un reflejo de la conexión silenciosa que puede surgir entre dos seres heridos. El guion sugiere que la empatía, en cualquiera de sus formas, es una herramienta de resistencia frente a la enfermedad. Freitas no busca una historia sobre la muerte, sino sobre el acompañamiento: sobre cómo una presencia, incluso la más inesperada, puede darle sentido a la vida cuando todo parece fracturarse.

(Si te preocupa el tema: Caramelo sobrevive a su aventura)


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