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Si has leído mi reseña de ‘Black Phone 2’ sabrás que, pese a reconocer sin titubeos que no es la obra más lúcida de la otrora todopoderosa Blumhouse, ni mucho menos de su máximo responsable, lo último de Scott Derrickson se alza como una secuela modélica en un mundo en el que lo clónico y formulario suele estar a la orden del día.
Los motivos para defender esta idea son varios pero, más allá de su interesante vuelta de tuerca argumental y su triple salto mortal sobrenatural, hay uno en concreto con un peso específico —sobre todo para un obseso de lo visual como un servidor—: la soberbia dirección de fotografía de Pär M. Ekberg y el modo en que combina lo mejor de dos mundos, el digital y el analógico, a favor de la narrativa.
Entre dos tierras
Para hacernos un esquema general antes de entrar en materia sobre cómo se ha obrado el pequeño milagro, cabe explicar —sin spoilers— que ‘Black Phone 2’ se ambienta simultáneamente en la realidad y en un espacio onírico por el que transita uno de sus personajes principales. Dos escenarios que obtienen dos tratamientos visuales radicalmente diferentes, lo cual eleva el conjunto a un nuevo nivel.
Por un lado, la gélida realidad que plantean Derrickson y su equipo, capturada digitalmente con cámaras Sony Venice 2, está marcada por los colores desaturados, los negros ligeramente elevados para rebajar el contraste, y una limpieza no del todo clínica, pero sí mucho más pulcra que la de las escenas de sueños, mucho más vívidas, saturadas y contrastadas y con unas texturas cien por cien «táctiles» en las que el grano y la halación son las grandes estrellas.


No voy a negar que, cuando el primer pasaje onírico invadió la gran pantalla después de una transición a golpe de veladura, mi primera reacción fue preguntarme cuál fue el proceso de postproducción para conseguir un aspecto fotoquímico tan preciso. A los pocos segundos lo tuve claro, sólo podía parecer película porque estaba rodado con ella, algo que ha quedado confirmado por varios de los involucrados en el largometraje.
El primero ha sido el guionista C. Robert Cargill, que confirmó en un post en BlueSky —red social también conocida como «el Twitter bueno»— que «No hay trucos digitales en la película. Todas las escenas que parecen película lo son». Pero ojo, porque la cosa va más allá del look Super 8, abrazando un grado mayor de complejidad al combinar este formato con el Super 16, de mayor resolución pero trabajado en post para igualar la suciedad y particularidades de su hermano pequeño.
2 x 8 = 16


En su mayoría, los momentos oníricos de ‘Black Phone 2’ estuvieron capturados en Super 8, dando el salto al Super 16, cuyo fotograma tiene una mayor superficie de captura, por dos motivos concretos, estando el primero de ellos estrechamente relacionado con el sonido. Y es que las cámaras Super 8 no son especialmente adecuadas para grabar sonido y sincronizarlo con el material visual, entre otras cosas, por la inconsistencia de la tasa de fotogramas por segundo al filmar —generalmente de unos 18fps, pese a que pueden alcanzarse los 24fps estándar en el medio—.
Por esto, las escenas de diálogo o con sonido en sincro se capturaron con cámaras de Super 16, encuadrando en la zona central del fotograma para, más tarde procesar el material resultante y ampliarlo hasta obtener una imagen que encajase en escala —y, en consecuencia, en grano y textura— con el Super 8. Si a esto le sumamos un segundo motivo, centrado en la mayor oferta de lentes con diferentes focales de la que goza el Super 16, el cóctel de stocks tiene todo el sentido del mundo.
Tal y como recogen en SlashFilm, durante la presentación de la cinta en el Fantastic Fest, el propio Scott Derrickson explicó que «Todo lo que ves ahí es película real. No hay nada que sea fotografía digital trabajada para que parezca fotoquímico», defendiendo las peculiaridades del Super 8 a capa y espada del siguiente modo:
«Todo parece precioso. No es sólo amor por el fotoquímico, es amor por la temeridad del Super 8. Tienes aberraciones, tienes cosas extrañas pasando, flares raros… Parece una ensoñación, y siempre me ha parecido que el Super 8 tiene algo transgresor.
Siempre he dicho que si encuentras películas de Super 8 en el armario de tu abuela y un proyector y las pones, te hacen sentir raro, porque el medio tiene algo, así que la idea de dejar que el lenguaje del mundo de los sueños se capturase íntegramente en Super 8 fue un gran reto y muy difícil, pero creo que merece muchísimo la pena».
Vaya que si ha merecido la pena, Scott…
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