Como muchos otros países luego de la Segunda Guerra Mundial, Corea del Sur vivió una transformación total de su sociedad durante la segunda mitad del siglo veinte. Pasó de ser una colonia de Japón, devastada por décadas de políticas diseñadas para destruir su cultura. A convertirse en la única nación que puede competir con los Estados Unidos a nivel cultural.

A lo largo de los años hemos podido ver cómo el video de la canción Gangnam Style se convertía en el primero en conseguir los mil millones de visualizaciones en Youtube. Luego cómo Squid Game se convertiría en la serie más vista en la historia de Netflix. Cómo BTS sería el grupo más escuchado globalmente en Spotify durante el 2023. Y por supuesto, cómo Bong Joon Ho rompió los premios Óscars, marcando la primera vez que una película de habla no inglesa gana la categoría de mejor película. En resumen, un dominio total en todas las artes populares, que es bastante difícil de explicar y por eso de imitar.

Pero olvidémonos de los récords por un momento. El mérito artístico va mucho más allá del número de espectadores y de las ganancias monetarias. Si nos enfocamos en qué tan buenas son estas obras de arte realmente, nos damos cuenta de que también son excelentes en este aspecto. Los artistas de Corea del Sur no solo son capaces de atraer la atención de millones de personas, sino que las obras que producen (en este caso las películas) suelen merecer esa atención. Ya que ofrecen historias profundas, perspectivas frescas y experiencias apasionantes. Estos tres directores han dirigido varios filmes así y por eso representan lo mejor de una industria ultra competitiva.

Lee Chang Dong

Lee Chang Dong es el director de cine más infravalorado que existe. Es responsable por dirigir las mejores películas que se han hecho en toda la historia de Corea del Sur. Pero suele ser eclipsado por los enormes artistas con los que comparte la gloria de covertir al país en una admirable potencia cinematográfica.

Su estilo es mucho más naturalista que el de los otros directores en esta lista. Es decir, no suele utilizar técnicas cinematográficas impactantes, sino que concentra toda su atención en la historia, dejando que sus personajes hagan la mayoría del trabajo. Su cámara no se mueve mucho, quizás porque las historias que elige contar son tan impactantes en sí mismas, que un esfuerzo estético adicional solo distraería al espectador.

Peppemint Candy es su mejor película, y, por lo tanto, la mejor película coreana que se ha hecho. Cuenta la historia de Young Ho, un hombre de mediana edad que se para en las vias del tren para dejar de existir. El resto de la película será un viaje al pasado, buscando comprender las razones detrás del suicidio del protagonista. El resultado es una experiencia demoledora, que investiga las profundas cicatrices que todavía sangran en el núcleo de la sociedad coreana. La única película que logra provocar un impacto emocional semejante es la segunda mejor película de Lee Chang Dong.



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