Jane Goodall era y es historia de la ciencia. Nos ha dejado este 1 de octubre, a los 91 años de edad. El mundo de la ciencia llora hoy su muerte, a la vez que recuerda sus grandes logros como primatóloga, pero también como persona. 

Y es que si hay algo que define bien a Jane Goodall es el hecho de no soportar las injusticias. Tenía un gran altavoz forjado a base de años de experiencia y dedicación y sabía perfectamente cómo usarlo. Con esa elegancia que tanto la caracterizaba, pasó toda una vida luchando por un planeta mejor. Se puso a la altura de los chimpancés para estudiarlos, a pesar de las críticas de los que se consideraban los grandes genios de la primatología del momento. Trabajó codo con codo con las comunidades africanas para reforestar los bosques que estaban dejando sin hábitat a sus queridos chimpancés y sin pulmones a un planeta que cada día agoniza un poco más.

Gracias a Jane Goodall conocemos mejor esa agonía, porque nunca dejó de utilizar su altavoz para hablar sobre ella. Trabajó hasta el final para luchar por un mundo mejor. Y lo hizo literalmente hasta el final, pues su vida se apagó en plena gira de conferencias por Canadá y Estados Unidos. Su próxima conferencia iba a llevarse a cabo este viernes en California. Desgraciadamente, ya no podrá ser, porque ella no está, aunque su ciencia y su voz se quedarán entre nosotros para siempre.

Todo empezó con un peluche

No podemos saber si las cosas habrían sido diferentes sin él, pero la realidad es que el amor de Jane Goodal por los chimpancés empezó con un peluche. Tenía solo 1 año cuando su padre le regaló uno de estos animales de trapo, al que bautizaron como Jubilee. Los amigos de su madre se horrorizaron con el regalo y pensaron que asustaría a la niña; pero, en realidad, ella se enamoró de él a primera vista. Tal fue su conexión con Jubilee, que este vivió con ella en su casa de Inglaterra durante el resto de su vida.

Durante toda su infancia y juventud, Jane mostró un gran amor por los animales. Era una observadora voraz, que adoraba ver y dibujar hasta el más pequeño insecto a su alrededor. Aun así, no estudió ninguna carrera relacionada. Trabajó como camarera hasta los 23 años, cuando logró ahorrar lo suficiente para cumplir su sueño de viajar a África. Inicialmente se dirigió a Kenia, donde vivía una amiga suya. No tardó mucho en encontrar trabajo como secretaria, con el fin de tener un sustento que le permitiese seguir viviendo allí, cerca de los animales que tanto adoraba. Su amiga, consciente de su interés y sus capacidades, la animó a hablar con Louis Leaky, un paleoantropólogo que en ese momento se encontraba en la cresta de la ola de la investigación sobre primates. 

Jane siguió los consejos de su amiga y concertó una entrevista con este científico, que no tardó en sentirse impresionado por su personalidad e interés. En primer lugar la contrató como secretaria, pero poco a poco la fue formando para llevar a cabo un trabajo con chimpancés. Una vez con las nociones suficientes de primatología, Jane viajó a Gombe, en Tanzania, en 1960. Lo que vino después, es historia.

La sociedad no estaba preparada para todo lo que Jane Goodall descubrió

En aquel momento había muchos científicos interesados en el estudio de los primates. Al fin y al cabo, su parentesco con los humanos era bastante conocido. Sin embargo, como animales salvajes que eran, se les estudiaba en la distancia, sin la más mínima empatía. No eran más que objetos de estudio.

Jane Goodall no congeniaba con esa forma fría de hacer ciencia. Además, toda su vida había basado sus aprendizajes, lejos de la Universidad, en la observación. Por eso, lo primero que hizo fue poner nombre a cada uno de los chimpancés con los que trabajaría de ahí en adelante. Fueron muchísimos los científicos, todos hombres, por supuesto, que se echaron las manos a la cabeza. ¿Acaso no era esa una forma de casi personalizar a los animales? Hasta entonces, solo tenían números, pero Jane les estaba dando algo tan valioso como un nombre.

Estatua de Jane Goodall con un chimpancéEstatua de Jane Goodall con un chimpancé
Jane se acercó a los chimpancés como nadie lo había hecho hasta entonces. Crédito: Geary (Wikimedia Commons)

Y eso no fue lo único que provocó rechazo en otros investigadores. Ella en ningún momento estudió los chimpancés desde la distancia. Compartió tiempo junto a ellos hasta convertirse prácticamente en una más. Eso permitió que ellos actuasen con naturalidad a su lado y le dejasen ver secretos que habían estado ocultos para otros científicos. Por ejemplo, descubrió que formaban jerarquías o que eran capaces de utilizar herramientas. También descubrió su emotividad y afectos para sus seres queridos, pero igualmente un lado crudo, en el que podían participar en guerras y ser violentos con los que consideraban sus enemigos. En definitiva, Jane Goodal descubrió el lado más amable, pero también el más oscuro de los humanos materializado en el comportamiento de los chimpancés.

Todo esto, en cierto modo, demostraba que los seres humanos no somos los únicos primates dotados de inteligencia. Es algo que, de nuevo, horrorizó a muchos de los científicos más puristas del momento. Era ampliamente conocido que solo los humanos eran animales inteligentes. O eso se creía. Jane, en cambio, tenía otra forma de verlo: “Afortunadamente, yo no había ido a la universidad y no sabía estas cosas”.

Una historia que no ha terminado

La primatóloga tuvo que luchar contra las mofas y el machismo de sus compañeros. Sin embargo, poco a poco fue ganando el reconocimiento que merecía. Todo esto la llevó a avanzar en su investigación y, en 1977, a fundar el Instituto Jane Goodall. Hoy en día, desde dicho instituto se siguen promoviendo medidas para luchar por la conservación de los chimpancés y la preservación del planeta Tierra. Además, los trabajos en Gambo siguen en marcha, por lo que su investigación es la más antigua en la que se ha estudiado y se estudia a los animales salvajes en su hábitat.

Las consecuencias del altavoz de Jane Goodall más allá de los chimpancés

Durante toda su vida, Jane Goodal ha mostrado también una gran preocupación ambiental. Ha alertado en numerosas ocasiones que nos acercamos a una sexta gran extinción a causa de un cambio climático que, si no actuamos a tiempo, será imparable. A través de sus conferencias recordaba que aún disponemos de una ventana temporal para revertir el cambio climático, pero que esta poco a poco se está cerrando.

Jane GoodallJane Goodall
Jane Goodall confiaba mucho en las generaciones más jóvenes. Crédito: Csigabi (Wikimedia Commons)

Para evitar que se cierre por completo, confiaba plenamente en las nuevas generaciones. Eso la llevó a poner en marcha Roots and Shoots,  un programa educativo, global, ambiental y humanitario dirigido a “fomentar el respeto y compasión por todos los seres vivos, promover el entendimiento entre culturas e inspirar a cada persona a ser activa en la labor de hacer de nuestro mundo un lugar mejor para el ambiente, los animales y las personas”.

Para todo esto, fue siempre una gran defensora del papel de la divulgación: “Solo si entendemos, puede importarnos. Solo si nos importa, ayudaremos. Solo si ayudamos, estaremos a salvo”. 

Ya no la tenemos a ella, pero sus enseñanzas han calado en miles de personas que lucharán para que su voz nunca se apague. Y todo será gracias a que ella confió siempre en el poder de los más jóvenes para luchar por las injusticias y combatir la devastación causada por los poderosos. Porque, si hay algo que nos ha demostrado Jane Goodall en estos últimos 90 años, es que una niña con un mono de peluche puede cambiar el mundo. Gracias, Jane. 

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