Good Boy del director Ben Leonberg es una curiosidad en lo que al cine de terror se refiere. Eso, porque subvierte el punto de vista de la cinta para enfocar su atención en un protagonista poco convencional: Indy, un retriever que es capaz de percibir la presencia de espíritus. La elección no es un simple capricho doméstico del director — aunque si es su perro en la vida real — sino un intento por construir un proyecto de terror que se apoye en un concepto inesperado. En específico, que muestre el mundo sobrenatural a partir de un testigo impredecible. 

Por lo que, mientras otros directores buscan explorar en lo desconocido mediante recursos como el found footage, Ben Leonberg apuesta por la perspectiva de un animal como hilo conductor de la historia. Eso, a pesar de evitar por todos los medios humanizar o brindar capacidades especiales a su protagonista. Indy es solo un perro, leal, adorable y activo como todos los perros jóvenes de su raza, pero nada más que eso. Sin duda, es un movimiento arriesgado, difícil de replicar, y probablemente no dé origen a una corriente nueva dentro del género. Eso, debido a que buena parte de la acción se basa en el entrenamiento del animal y en la forma en que la edición, puede ayudar a contar una historia. 

Sin embargo, su particularidad basta para que la película se diferencie en un mercado saturado. Mucho más, para profundizar en la idea de lo desconocido utilizando una premisa común y que cualquiera con mascotas, puede reconocer. Las ocasiones desconcertantes en que un animal doméstico, parece comportarse de forma inexplicable. El director lleva ese escenario a una cinta de horror con una historia brillante que, además, sorprende por su capacidad para conmover. Eso, con una trama en apariencia sencilla, que, en realidad, no lo es tanto.

Un buen chico para una de las grandes películas de terror del año

Good Boy sorprende por varias cosas. Una es su duración. Setenta y tres minutos exactos, lo que impide que la tensión se diluya. No hay escenas de relleno. Todo se sostiene en la mirada de Indy, un observador aterrorizado pero dispuesto a dar la vida por su amo, a lo largo de la cinta. Este recurso mantiene al público dentro de un relato reducido en información, pero cargado de misterio. 

Y es precisamente esa economía de recursos lo que evita que la película se desborde o pierda foco en explicaciones innecesarias. En lugar de eso, los datos que aporta el guion indagan en una situación complicada que, por supuesto, va a empeorar. Desde el inicio sabemos que Todd (Shane Jensen), dueño de Indy, arrastra una enfermedad grave. Un cuadro médico tan complicado que lo obliga a abandonar la ciudad y mudarse a la antigua casa familiar, una propiedad desvencijada rodeada de bosques y recuerdos oscuros. La decisión abre la puerta a una sucesión de situaciones en las que lo sobrenatural se entremezcla con lo cotidiano, siempre observadas desde los ojos atentos del perro.

Good Boy juega con la atmósfera de manera elegante. Por lo que, desde los primeros minutos de la mudanza a la nueva casa, es evidente que algo aguarda en la oscuridad. Indy detecta primero la anomalía: una figura acechante detrás del vehículo. Todd intenta que su perro salga, pero el animal se resiste. Es entonces cuando el director muestra la forma en que se desenvolverá el relato. Indy es capaz de ver la sombra que aguarda bajo la lluvia, pero su dueño no puede entender su comportamiento. En adelante, Indy será el que perciba las amenazas, mientras Todd, debilitado y distraído, se niega a ver lo que ocurre a su alrededor. Esta inversión de roles convierte al perro en un héroe con más sentido común que su propio amo.

Terror del bueno en una historia bien pensada

A partir de ahí, los sucesos extraños se acumulan. Indy se topa con lo que parece otro perro, aunque no tarda en descubrir que se trata de un espectro. También oye ruidos inquietantes y presencia apariciones que incluyen a un familiar fallecido: el abuelo de Todd (Larry Fessenden), cuya presencia da a la cinta un aire de legitimidad por su experiencia dentro del terror independiente. El cementerio cercano a la casa, con tumbas de parientes que murieron jóvenes, se convierte en otro espacio cargado de presagios. Todd lo menciona con indiferencia, sin advertir que ese dato refuerza la sensación de fatalidad. Indy, en cambio, evita esos paseos como si entendiera que algo terrible se esconde allí.

Ben Leonberg, transforma el guion de Alex Cannon, en un recorrido terrorífico a través de una historia que se vuelve cada vez más tenebrosa y siniestra. En otra de las estupendas decisiones en el apartado de puesta en escena, el director construye una atmósfera cada vez más tensa sin perder la espectacularidad.

Sin embargo, la película no busca innovar en la construcción de lo paranormal: los fenómenos son difusos, apenas sugeridos, y esa vaguedad responde al punto de vista limitado del protagonista canino. Ver el mundo a través de Indy obliga a que lo inexplicable sea una serie de sucesos abstractos que el espectador debe ordenar o brindar importancia. El resultado es una narrativa más sensorial que racional, que hacia su tramo final se vuelve más intensa e interesante. 

Un buen final para ‘Good Boy’

Al final, Good Boy funciona como un extraño híbrido entre cine de género y experimento afectivo. La habilidad de Ben Leonberg y de la productora Kari Fischer para obtener de Indy una actuación tan convincente es notable. El perro reacciona con un nivel de naturalidad que, sin duda, se convierte en el gran corazón de la película. También, con la capacidad de conmover hasta las lágrimas a la audiencia.

La película no revoluciona el terror, ni pretende hacerlo, pero su apuesta estilística y emocional le confiere un lugar propio. Algo que agradecer, en un panorama de fórmulas repetidas. Sin embargo, este relato canino destaca por su sencillez, su sinceridad y la inesperada capacidad de un perro de sostener sobre sus hombros — o mejor dicho, sobre sus patas — un largometraje completo.

Y si llegaste hasta acá, te dejamos un spoiler menor pero necesario. Indy no muere, así que puedes ver la película sin sobresaltos ni preocupaciones. 


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