Creo que 'Tron: Ares' podría haber innovado en la franquicia pero en su lugar ha tomado la opción fácil: convertirse en simple contenido fácil

Nos han acostumbrado tanto a comer papilla que ahora incluso agradecemos cuando la papilla cambia ligeramente de sabor. Con ‘Tron: Ares’ tenían la oportunidad de haber ampliado su universo, introducido nuevas ideas rompedoras, puesto el primer ladrillo (digital) para edificar el resto de la saga tras ‘Tron’ y ‘Tron: Legacy’. El problema, como siempre, es que no se han atrevido, y desde Disney han subrayado las pautas para hacer que triunfe con ingredientes totalmente contrarios a los de la película original: si aquella se convirtió en puro culto gracias a su innovación, esta tercera entrega es otro más de lo mismo que repetir hasta que el público se canse de ver haces de luz saliendo de motos y discos voladores.

Hora de tomarse el Sintron

Durante los primeros minutos de ‘Tron: Ares’, al ponernos en contexto, introducen ciertas píldoras de diálogo sobre la IA que, en mi ingenuidad, pensé que podrían montar un discurso sobre la misma y adaptar así el mundo de la película de 1982 al de 2025. Sin embargo, a la película no le importa ni le interesa lo más mínimo tener siquiera discurso: su única intención es patearnos la cara con nostalgia y enseñarnos luces de neón, como si fuéramos bebés fascinados por su Gusyluz. 

Cualquiera que haya visto una película en su vida será capaz de predecir exactamente todo lo que va a ocurrir después de ver cinco minutos de esta entrega de ‘Tron’, en parte porque es exactamente a lo que están jugando: ofrecer una sensación de confort, hogar y «cine espectáculo» para todos los que ya han olvidado lo que es sorprenderse ante una pantalla grande y pretenden encontrarlo rebuscando entre los vestigios del pasado. ‘Tron: Ares’ no es un espectáculo visual rompedor, es un amasijo de trucos que ya hemos visto anteriormente pero remezclados para que, con un poco de suerte, nos parezcan lo suficientemente nuevos como para fichar en una hipotética cuarta entrega.

Por supuesto, no tengo nada en contra de continuar con las normas visuales de la saga y subrayar el homenaje con los halos de luz (que ahora las motos dejan en la vida real también) y los neones, ¡incluso con guiños directos a la ‘Tron’ original! Pero no podemos quedarnos en lo mismo otra vez, sin aportar nada nuevo. Hay un detalle que tener en cuenta: cuando ‘Tron’ apareció en los cines, solo hacía seis años desde el lanzamiento de ‘Pong’, la NES era aún un proyecto de Nintendo y los arcades aún se estaban recuperando del éxito de ‘Pac-man’. 

Entonces, la inventiva sobre los límites a los que podía llegar un videojuego hacía explotar la imaginación. Ahora, con la la industria de las consolas destruyendo cualquier locura futurista que se pudiera siquiera atisbar hace 43 años, la saga ha quedado encallada en el pasado jugando, una vez más, con las mismas reglas aburridas. ¡Incluso dentro de su universo, el único videojuego de éxito es el remake de ‘Space Paranoids’! ¿El motivo? Por supuesto, que nadie se asuste.

Entre tú y mil Ares

Hace ya mucho tiempo que vivimos en el día de la marmota audiovisual y, aunque de vez en cuando hay propuestas como ‘Una batalla tras otra’ o ‘Weapons’ que parecen hacer salir al público de su aparentemente eterno letargo, otras, como ‘Tron: Ares’, nos devuelven a la realidad. Las escenas de acción son aquí tan emocionantes como otra pelea más a puro sable láser en ‘Star Wars’: pueden que los fans no pidan nada más, pero si la iconografía visual funcionó en sus inicios fue, precisamente… porque se atrevieron a arriesgarse. Repetir y repetir hasta que el público falle en taquilla es cobarde, aburrido y va en contra del fundamento mismo de esta saga, un argumento que tan solo puede ser anulado con un somero encogimiento de hombros seguido de la frase «Es lo que hay». 

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Porque sí, es lo que hay. Un guion perezoso que vuelve a contar la historia del robot que quiere ser humano, unas peleas y persecuciones que funcionan como pantallas del videojuego más estándar posible, unos diálogos avergonzantes para el público del fondo que está pendiente del WhatsApp y una dirección que considera que «estilo propio» es copiar todos los modos y maneras del resto de la franquicia aportando tan solo más explosiones, velocidad y CGI. Sí, la música de Nine Inch Nails es espectacular, pero, más allá de eso, ‘Tron: Ares’ hace más la labor de salvapantallas espectacular que de película, una manera de dormir la consciencia que en nada ayuda a un ambiente de blockbusters francamente deprimente. 

Me cuesta imaginar a gente genuinamente emocionada por ‘Tron: Ares’, porque parece dirigida a un público conformista, ese que, sin comerse mucho la cabeza, ficha por cada nuevo blockbuster, con la idea de pasar un rato entretenido aletargados, viendo luces, escuchando música a todo trapo y recordando, en la medida de lo posible, que hubo un tiempo en el que con algo parecido fueron felices. Mientras esta falta alarmante de identidad cinematográfica y esta repetición continua tengan éxito, ¿por qué fomentar la imaginación, si con un copia-pega lo más carente de creatividad posible, ya se puede salvar el tipo? El símbolo de los tiempos, supongo, es la más absoluta de las mediocridades.

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Creo que ‘Tron: Ares’ podría haber innovado en la franquicia pero en su lugar ha tomado la opción fácil: convertirse en simple contenido fácil

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Espinof

por
Randy Meeks

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