El informe fáctico publicado por la ENTSO-E no reveló mucho más de lo que ya sabíamos sobre el apagón del 28 de abril. Aún así, hasta finales de año no tendremos todas las respuestas sobre la mesa. Lo que sí está claro es que España está generando más electricidad que nunca, pero no puede aprovecharla plenamente. El problema no reside en la producción, sino en la falta de interconexiones, almacenamiento y capacidad de red

En palabras de los analistas energéticos, España sigue siendo una isla energética: apenas puede intercambiar un 2,8% de su capacidad con Francia, muy por debajo del objetivo europeo del 15% fijado para 2030. Esto significa que, aunque los parques solares y eólicos generen excedentes, gran parte de esa energía limpia se vierte o se pierde porque no puede trasladarse a otras zonas o venderse al continente. Por ello, el apagón de abril no fue un hecho aislado, sino un síntoma de esa desconexión estructural. Y también, el punto de inflexión que ha puesto en marcha el mayor plan de modernización eléctrica del país en décadas. 

Un nuevo mapa energético. El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) ha desarrollado el Plan de Desarrollo de la Red de Transporte 2025-2030. Esta hoja de ruta busca en palabras de la ministra “un cambio de paradigma energético”. Si el plan anterior contemplaba 2 GW de nueva demanda, ahora se prevé atender más de 27 GW, priorizando los proyectos industriales y el consumo limpio.

La inversión prevista asciende a 13.600 millones de euros y con un consumo total de 375 TWh en 2030. Para abastecer esa demanda, se prevé integrar 159GW de energías renovables y más de 22GW de almacenamiento —baterías, bombeo hidráulico o hidrógeno verde—, en lo que será el mayor salto de capacidad eléctrica del país. 

Adiós al cuello de botella. Uno de los pilares del nuevo plan es el aumento de la capacidad de interconexión internacional. El proyecto más emblemático es la interconexión del Golfo de Vizcaya, actualmente en construcción. Este cable submarino de 400 kilómetros —300 de ellos bajo el mar— conectará las estaciones de Gatika (España) y Cubnezais (Francia). Financiado con 1.600 millones de euros del Banco Europeo de Inversiones y 578 millones del Mecanismo “Conectar Europa”, permitirá duplicar la capacidad de intercambio eléctrico entre ambos países hasta los 5.000 MW en 2028, según datos de Red Eléctrica (REE) y el BEI.

No obstante, no será el único enlace con Francia. En el horizonte posterior a 2030 están previstos dos nuevos proyectos: Navarra–Landes (Olza–Cantegrit) y Aragón–Marsillón, que cruzarán los Pirineos con tecnología HVDC (corriente continua) y líneas soterradas para reducir el impacto ambiental y social. Estas interconexiones buscan mantener el equilibrio de flujos entre ambos países y alcanzar una capacidad conjunta de 8.000 MW de intercambio.

Hacia el sur, se estudia además una tercera interconexión con Marruecos, que se sumaría a los dos cables submarinos actuales de 400 kV y 900 MW de capacidad total. En paralelo, Canarias refuerza su papel estratégico con un nuevo cable submarino de fibra óptica y energía hacia Tarfaya (Marruecos), un proyecto que convertirá al archipiélago en un nodo digital y energético entre Europa y África, aunque no exento de controversia geopolítica por su cercanía al Sáhara Occidental.

Un flujo más abierto en la península. Si miramos hacia nuestro vecino, que presenta una situación aún más marcada de aislamiento energético, encontramos un avance relevante: el nuevo enlace de 400 kV entre Fontefría y Vilafría (Galicia). Su puesta en servicio, prevista para finales de año, permitirá reforzar las conexiones eléctricas y se reducirá el desperdicio de energía renovable.

Las islas también se conectan. El plan aborda de forma específica los sistemas eléctricos insulares, donde el aislamiento es literal. En Canarias se prevé la interconexión Lanzarote–La Graciosa, mientras que en Baleares destaca el enlace Mallorca–Menorca 3, diseñado para reforzar el suministro y facilitar la integración de renovables locales. Ambos proyectos buscan reducir la dependencia de generación local y mejorar la estabilidad de la red. Según los documentos de planificación, la longitud total de los tendidos submarinos aumentará un 6,3% respecto a 2024, reflejo del esfuerzo por modernizar los enlaces marítimos del sistema español.

Mirando hacia la capacidad. La modernización no solo llegará desde fuera. El plan incluye la repotenciación de 6.000 kilómetros de circuitos, la incorporación de sistemas de monitorización dinámica (DLR) y mejoras en 9.500 kilómetros de líneas, lo que representa un 21% de la red actual. Estas actuaciones, junto con la digitalización y automatización de la red, permitirán absorber la mayor generación renovable sin comprometer la seguridad del suministro.

Una red para mejorar la electrificación. La modernización de la red y las nuevas interconexiones permitirán aprovechar los excedentes solares del mediodía, compartir energía con Europa y reducir los vertidos de renovables que hoy se pierden por falta de capacidad. Además, la nueva planificación tiene una dimensión industrial: el MITECO subraya que prioriza los proyectos de consumo limpio, como los polos de hidrógeno verde, las fábricas electrointensivas y los centros de datos, que demandarán una electricidad cada vez más descarbonizada.

El reto pendiente. Aun así, los desafíos persisten. España invierte solo 30 céntimos en redes eléctricas por cada euro destinado a renovables, menos de la mitad que la media europea. Francia sigue marcando el ritmo de las interconexiones, a menudo con reticencias por su dependencia nuclear y su papel como nodo dominante en el sistema eléctrico europeo. Sin un impulso más rápido en almacenamiento, baterías y burocracia, el riesgo es que la energía limpia se siga acumulando sin poder ser aprovechada.

De isla a nodo energético. Si todo sale según lo previsto, España pasará en los próximos cinco años de ser una isla eléctrica a convertirse en un puente energético entre Europa y África. No será un camino sencillo: los proyectos deberán superar complejos procesos ambientales, resistencias locales y una burocracia que aún avanza despacio.

Pero la recompensa será tangible: facturas más estables, menos dependencia del gas y menos riesgo de apagones. Y, sobre todo, un país capaz de exportar su sol y su viento a precios competitivos. 

El apagón de abril fue una advertencia. Los cables submarinos, las baterías y las líneas de 400 kV son ahora la respuesta. España ha aprendido que no basta con producir energía limpia: hay que conectarla, almacenarla y compartirla. Y ese es, por fin, el camino que empieza a iluminar su red.

Imagen | Pexels

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