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El pasado mes de julio Reuters se hizo con unos documentos que probaban el alcance de la ayuda de Pekín a Moscú con la guerra de Ucrania como telón de fondo. La proliferación de drones rusos era posible gracias a un sistema de etiquetado llamado “unidades de refrigeración industrial” durante el transporte, uno que permitía saltarse las sanciones impuestas por occidente a través de empresas ficticias.

Ahora sabemos algo que más: que hay fábricas enteras dedicadas a la colaboración.

La alianza industrial invisible. La guerra en Ucrania ha entrado en una nueva fase en la que la ventaja tecnológica rusa en el campo de batalla depende cada vez más de una red de fábricas y proveedores chinos. Aunque Pekín proclama neutralidad, los datos oficiales de aduanas muestran un incremento espectacular en las exportaciones de componentes críticos (especialmente cables de fibra óptica y baterías de ion-litio) que han permitido a Moscú construir en masa los drones cableados que están transformando el equilibrio de poder en el frente. 

Estas aeronaves, operadas a través de hilos ultrafinos de vidrio que se desenrollan en vuelo hasta más de veinte kilómetros, resultan casi inmunes a la guerra electrónica y han logrado vulnerar las defensas ucranianas con una eficacia que recuerda a una evolución industrial silenciosa.

El salto cuantitativo chino. ¿Cuánto? Contaba el Washington Post que entre mayo y agosto, las exportaciones chinas de cables de fibra óptica a Rusia se multiplicaron por diez, alcanzando los 528.000 kilómetros mensuales, mientras los envíos de baterías de ion-litio escalaron hasta los 54 millones de dólares. En contraste, Ucrania apenas recibió unas decenas de km de cable y un volumen testimonial de baterías. 

Para los analistas, esta asimetría no es casual: China ha restringido la transferencia de tecnologías a Kiev y sus aliados, pero ha abierto las compuertas del flujo hacia Moscú, transformando lo que eran simples componentes comerciales en piezas decisivas de la maquinaria bélica rusa. La combinación de bajo coste, alta capacidad de producción y rapidez en el desarrollo de prototipos convierte a las fábricas chinas en una prolongación material del esfuerzo de guerra del Kremlin, una “retaguardia de precisión” capaz de sostener la ofensiva incluso bajo sanciones occidentales.

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El arma contra el caos electrónico. Lo hemos ido contando. Frente al dominio ucraniano en drones FPV, Rusia ha encontrado en los modelos de fibra óptica una herramienta devastadora. Al no depender de radiofrecuencias, estos aparatos son imposibles de bloquear mediante interferencias, y su cableado garantiza control total incluso en entornos saturados de guerra electrónica. 

Moscú los emplea para destruir líneas logísticas, centros de mando y equipos de interferencia antes de lanzar ofensivas terrestres. Su alcance (coincidente con los avances medidos “por tramos de cable”) ilustra cómo esta tecnología define la geometría misma del frente. Desde el repliegue ucraniano en la región de Kursk, los drones cableados han sido protagonistas de ataques de precisión, como el registrado en Kramatorsk el 5 de octubre, consolidando un patrón de guerra en el que la resistencia electrónica se ha vuelto inútil.

Las nuevas fábricas del conflicto. Tras la retirada del gigante DJI del mercado ruso en 2022, una constelación de fabricantes chinos menores ha ocupado su espacio. Empresas como Shenzhen Huaxin Energy o Nasmin Technology, oficialmente dedicadas a productos civiles, se han convertido en proveedoras principales de baterías y motores para los ensambladores rusos. La firma Rustakt LLC, una de las mayores del sector militar ruso, importó desde China más de 577 millones de dólares en piezas entre julio de 2023 y diciembre del mismo año, un volumen que revela la escala del apoyo industrial encubierto. 

A su vez, fabricantes rusos como ASFPV o Stribog exhiben en sus páginas web líneas de producción situadas en territorio chino, con personal, maquinaria y etiquetas en mandarín, fabricando bobinas ultraligeras de 0,28 mm y 20 km de alcance diseñadas por ingenieros chinos. Se trata de una red industrial transnacional que no necesita contratos militares formales para nutrir el esfuerzo bélico ruso: el flujo comercial es su camuflaje.

El dilema de Occidente. También lo hemos ido contando. A pesar de las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, la mayoría de estos envíos se ampara en la ambigüedad de los productos de “doble uso”, cuya aplicación civil permite eludir los controles. Para la OTAN, China se ha convertido en un “facilitador decisivo” de la guerra de Putin, Bruselas la acusa de aplicar de manera selectiva sus propias normas de exportación y de tolerar un tráfico de componentes que sostiene la industria militar rusa. 

Pekín, mientras tanto, continúa proclamando su neutralidad, al tiempo que su sistema industrial se beneficia económicamente de la prolongación del conflicto. Su estrategia es sutil pero efectiva: no suministra armas, sino la infraestructura que las hace posibles.

Una ventaja estratégica. En conjunto, la convergencia entre el ingenio ruso y la capacidad manufacturera china ha creado un ecosistema bélico que combina improvisación con eficiencia industrial. Los drones de fibra óptica simbolizan esa simbiosis: baratos, adaptables y difíciles de contrarrestar. 

Al proporcionar a Rusia independencia tecnológica frente a las sanciones y superioridad táctica en el campo de batalla, China no solo refuerza a su socio estratégico, sino que redefine el equilibrio global de poder en torno a una nueva forma de guerra híbrida, donde las fábricas y los cables cuentan tanto como los misiles. El resultado es una ventaja acumulativa que, a largo plazo, amenaza con convertir el frente ucraniano en un laboratorio de guerra manufacturada, sostenida no tanto por soldados, sino por líneas de producción al otro lado del mundo.

Imagen | Ukraine Mod, Ministry of Defence Ukraine

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