Primero fueron las zapatillas técnicas, luego los relojes deportivos, y ahora las mochilas militares: caqui, resistentes, llenas de parches y correas. Europa se viste de utilidad, como si prepararse para la guerra fuera una tendencia estética más. En los gimnasios, más que en los cuarteles, se entrena un nuevo tipo de ciudadanía: cuerpos dispuestos, miradas concentradas, mochilas listas para algo que aún no sabemos si es una moda o una llamada.

Quienes las llevan parecen encarnar una nueva tendencia europea: el regreso del cuerpo como símbolo patriótico. Hace unas semanas, el Secretario de Defensa de EEUU, Pete Hegseth, declaró: «Es cansador ver a las tropas obesas». Su comentario —tan provocador como político— coincidió con un hallazgo inesperado: la Generación Z, la misma que creció entre pantallas y ansiedad, está recuperando el culto al cuerpo, el gusto por la acción y, en algunos casos, una curiosidad renovada por la idea de servir o proteger algo más grande que uno mismo. Europa ha tomado nota.

¿Atasila ne aniram? En un capítulo de Los Simpsons, Bart y sus amigos formaban un grupo de música con letras subliminales para alentar a los jóvenes a alistarse a la marina. Un chiste que, con el paso del tiempo, se ha convertido en otra profecía pop cumplida.

En una columna de Financial Times han empezado a desentrañar el nuevo movimiento militar. Los ejércitos europeos han detectado un cambio inesperado: los jóvenes que antes huían del reclutamiento ahora se apuntan al voluntariado militar o civil. En Alemania, las solicitudes al servicio militar voluntario han crecido un 15% en un año; en Finlandia, el Gobierno ha anunciado su intención de aumentar a un millón de reservistas en el año 2031,

Por su parte, Suecia con su sistema de “defensa total” (Totalförsvaret), ya integra a 380.000 ciudadanos en asociaciones de radio, transporte o adiestramiento canino que apoyan al Ejército sin empuñar armas. Según datos oficiales del gobierno sueco, por la Guerra de Ucrania, las inscripciones se dispararon: en unos meses recibieron tantos voluntarios como en un año normal.

Mientras tanto, en los países bálticos —Estonia, Letonia y Lituania— también refuerzan su “militarismo civil”. Los tres estados preparan planes de evacuación masiva y respuesta ciudadana ante un posible ataque ruso. Las maniobras incluyen desde voluntarios logísticos hasta granjeros que aprenden a conducir blindados ligeros. Además, Estonia ha creado unidades de cybervolunteers para proteger infraestructuras digitales y Lituania acaba de lanzar un programa para formar a 22.000 operadores de drones.

Europa no está levantando ejércitos masivos: está cultivando cuerpos disponibles, disciplinados y funcionales. Un militarismo de baja intensidad que mezcla gimnasio, voluntariado y «patriotismo saludable».

Pero, ¿por qué la Gen Z? La respuesta más simple es porque está moldeada por el espejo, pero hay mucho más allá. Actualmente, vivimos en la era del protein chic, de los batidos enriquecidos, cuerpos esculpidos y las rutinas extremas. La psicóloga Sara Bolo advertía que “muchas conductas aparentemente saludables esconden trastornos disfrazados de cultura fitness”. Pero más allá de los excesos, el culto al cuerpo se ha convertido en una ética: la autodisciplina física como sentido de propósito.

Y detrás de ello hay algo más: el 36% de los Gen Z europeos se ejercita regularmente y otro 50% quiere empezar. Sin embargo, el dato más revelador no es ese, sino el vacío que llena. El sociólogo Robert Putnam ya diagnosticó que “dejamos de jugar a los bolos juntos”. Hoy, el gimnasio sustituye al club social, el bootcamp al campamento de verano, la rutina de pesas al rito colectivo. En otras palabras, la Generación Z no busca solo músculo: busca pertenecer. En una Europa donde el 13% de los ciudadanos y el 20% de los jóvenes dicen sentirse solos “la mayor parte del tiempo”, según Eurostat, la defensa civil aparece como un nuevo tipo de comunidad funcional: un gimnasio con himno y propósito.

El cuerpo como frontera política. Ese culto al cuerpo, nacido en los gimnasios y amplificado por las redes, se ha filtrado también en el discurso institucional. Lo que antes era bienestar individual, hoy adquiere un tono colectivo, incluso patriótico. Del otro lado del Atlántico, la obsesión corporal ha adquirido tintes ideológicos. El propio Hegseth reunió a cientos de altos mandos para reprenderlos: “No más barbudos. Vamos a recortar el pelo, afeitar las barbas y volver a los estándares”. Su discurso estaba más centrado en la apariencia que en el rendimiento, más en la imagen del soldado ideal que en su capacidad operativa. 

Europa observa con prudencia, pero el impulso es el mismo: el cuerpo vuelve a ser metáfora de la nación, un espacio donde se proyecta la salud moral y física del Estado. Entrenado, vigilante, preparado.

Reclutar con algoritmos. De momento, el viejo continente refuerza su red de asociaciones civiles. Pero si mira hacia Estados Unidos, podría encontrar un modelo más agresivo de reclutamiento. El Ejército estadounidense ha contratado e-girls e influencers como Hailey Lujan, empleada de la división de operaciones psicológicas (PSYOP), que combina uniformes y filtros de belleza para atraer a nuevos reclutas. Por otro lado, el Pentágono también probó con videojuegos: America’s Army, un shooter gratuito lanzado en 2002 para que los jugadores quisieran alistarse después de jugar. Funcionó durante dos décadas como la primera gran herramienta de reclutamiento gamificado.

Por ahora, la versión europea del reclutamiento digital es más sobria —campañas sobre voluntariado y protección civil—, pero la lógica es idéntica: convencer a la Generación Z de que el uniforme también puede ser un estilo de vida.

La fragilidad disfrazada de fuerza. En los márgenes del gimnasio donde se predica la disciplina y la autosuperación, prospera una manosfera digital que convierte la fragilidad en combustible ideológico. En TikTok y YouTube, figuras como Andrew Tate o cuentas anónimas de estética militar promueven una masculinidad “basada en la fuerza y el control”. 

El fitness se ha convertido en una puerta de entrada hacia la ultraderecha digital, donde el cuerpo simboliza pureza y el enemigo es siempre el débil. Casos como el del influencer español Llados, que combina coaching físico con discursos sobre “masculinidad tradicional”, ilustran esa frontera difusa entre la superación personal y la manipulación emocional. 

El riesgo no es solo la militarización del cuerpo, sino su instrumentalización ideológica. El gimnasio, espacio de redención, puede volverse campo de adoctrinamiento blando, donde la soledad y la ansiedad se canalizan en obediencia y disciplina.

Las guerras que no se ven. Conviene recordar que el cuerpo entrenado no siempre vuelve entero. En Los muchachos de zinc, Svetlana Alexiévich recogía los testimonios de soldados soviéticos que regresaron de Afganistán con heridas que no se veían en la piel: “Los muchachos se convirtieron en viejos en cuestión de meses”. La épica se había oxidado.

En España, los veteranos de Irak, Bosnia o Afganistán aún hablan del desconcierto de volver a un país que los miraba con indiferencia. Para muchos, la verdadera batalla empezó al regresar: la depresión, el aislamiento, la sensación de haber sido utilizados por una causa ajena. Esa memoria reciente debería servir de advertencia: no hay proteína que cure el vacío del combate, ni gimnasio que entrene para el ruido de una guerra real. El entusiasmo juvenil por la disciplina y la comunidad no debería confundirse con disposición a matar, ni mucho menos a morir.

España mira de reojo. En nuestro país, el debate sobre el reclutamiento obligatorio sigue cerrado, pero Defensa ha empezado a reforzar su “reserva voluntaria” y la Unidad Militar de Emergencias (UME) funciona ya como modelo de defensa civil con músculo: 3.500 efectivos y miles de colaboradores civiles.

Fuera de los focos, algunas universidades comienzan a ofrecer seminarios sobre “resiliencia nacional”, y varios gobiernos autonómicos promueven programas de voluntariado en protección civil, ciberseguridad o emergencias. En otras palabras, una versión ibérica del modelo nórdico.

¿Hacia dónde nos lleva esto? A simple vista, Europa no está construyendo ejércitos de masas, sino tejidos sociales disciplinados. El riesgo es que la frontera entre civismo y militarismo se diluya hasta volverse invisible. Lo que empezó como un culto al cuerpo podría acabar siendo un culto al orden.

La Generación Z, entre proteínas y drones, no ha declarado la guerra a nadie, pero sí ha decidido prepararse para algo. La cuestión no es si está lista para defender Europa, sino qué Europa se está entrenando para que la defienda.

Imagen | Unsplash

Xataka | España ha detectado un error de bulto. El muro antidrones que Europa va a levantar no cubre a toda Europa: falta el sur

Ver fuente

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *