Him dirigida por Justin Tipping y producida por Jordan Peele, apuntaba alto. No solo por ser una combinación audaz de terror y drama deportivo. También, por añadir a la mezcla temas como el racismo, el fanatismo desmedido por el fútbol americano en suelo estadounidense y hasta la explotación de deportistas. Por lo que la cinta, que tuvo un intrigante tráiler durante el mes de agosto, se convirtió en uno de los estrenos más esperados de la temporada de otoño en cines.

Solo que, la película resultó ser un fracaso. Al menos, para la crítica especializada, que ya insiste, es una de las peores producciones del año. Prueba de ello es el decepcionante 28 % de críticas positivas que obtuvo en el agregador Rotten Tomatoes, en el cual se le califica de “disparatada” y “absurda”. El público tampoco ha sido muy benévolo con la cinta, que la califica con apenas un 58 % de reseñas favorables. A todo lo anterior, habría que agregar los escasos 13 millones en taquilla que logró tanto en Norteamérica como el resto del mundo. 

Lo cierto es que la cinta, que contó con el aval de Jordan Peele y su apoyo durante la campaña de marketing, se convirtió en el hazmerreír de Hollywood durante el más reciente fin de semana. Tanto, como para que incluso el propio Marlon Wayans, uno de los protagonistas, publicara un post en su cuenta de Instagram enfrentándose al revuelo. En un largo texto, el actor admite las durísimas reseñas, pero invita al público a formarse su opinión. Con todo, el escándalo alrededor de Him pareció volverse más incómodo con el transcurrir de los días.

Una peculiar y desordenada combinación de género

Him intenta, desde sus primeros minutos, indagar en un tema complejo en para Norteamérica. El controvertido y en ocasiones violento mundo del fútbol americano. Para el país, no es solo un deporte: es un elemento cultural con tintes de fe. Por lo que la película plantea que la devoción y el fanatismo por el juego llegan a ser tan intensas como una práctica religiosa. Algo que incluye, claro, los vicios de cualquier exceso. Una premisa peculiar y dura, que, sin embargo, la película desarrolla con la profundidad que podría tener. 

De modo que el guion sugiere que el fanatismo va más allá del entretenimiento y que los jugadores se sacrifican como mártires modernos. Para eso, el guion sigue a Cameron Cam Cade (Tyriq Withers), un joven criado en un hogar donde el fútbol americano es casi una religión doméstica. Su familia sigue con devoción a los San Antonio Saviors y tiene un espacio en casa que funciona como un altar en honor al equipo. El destino de Cam parece estar escrito desde niño: convertirse en una estrella del deporte. 

Por supuesto, una atmósfera semejante solo puede empeorar. Y lo hace de la forma más retorcida, imaginable. Durante una transmisión, mientras Isaiah White (Marlon Wayans), considerado el mejor mariscal de campo de la historia, sufre una grave lesión, el padre de Cam (Don Benjamin) asegura a su hijo que un día alcanzará esa grandeza. Ese momento marca el inicio de la presión familiar y del peso simbólico que arrastrará el joven. 

Him muestra — o lo intenta — cómo ese legado se mezcla con la fe, la admiración y la exigencia constante. No se trata de una elección libre, sino de una herencia impuesta que define todo lo que sigue. Rápidamente, el director — que también escribe el guion — hace del triunfo una obligación heredada. Por lo que la trama conecta el deseo personal de Cam con un mandato colectivo, donde su identidad se diluye entre los sueños ajenos y el eco del éxito de otros.

Todos los problemas en el argumento de ‘Him’

No obstante, esos destellos críticos apenas se mencionan y luego se dejan en el aire. Him queda en un nivel superficial, construyendo metáforas obvias que nunca logran expandirse. El mensaje es claro: el fútbol puede volverse una religión para algunos, pero la ejecución lo reduce a una comparación sin matices. Lo interesante es que esa misma ligereza deja ver lo que la cinta pudo haber sido: un relato más complejo sobre el culto, la violencia del deporte y el lugar que ocupa en la identidad colectiva estadounidense. Lo que se ofrece, en cambio, es una visión limitada, centrada más en lo espectacular de las imágenes que en un análisis honesto de la obsesión cultural que aborda.

Sobre todo cuando la historia entra en su denso segundo tramo. Isaiah White, a pesar de su grave accidente, continúa dominando el campo y construyendo un mito a su alrededor. Cam crece admirando y temiendo esa figura, mientras intenta alcanzar el nivel que su padre le exige. Sin embargo, en medio de entrenamientos intensos, una lesión en la cabeza amenaza con poner fin a su carrera antes siquiera de despegar. El filme aprovecha ese momento para introducir la fragilidad física del atleta, pero no se detiene en sus implicaciones reales. El diagnóstico médico es contundente: seguir jugando puede ser fatal. Aun así, Him ignora la gravedad y se concentra en la idea de que el destino no puede romperse.

Claro está, Cam representa a miles de jóvenes que arriesgan su salud por alcanzar un sueño deportivo, pero la película apenas roza esa problemática. La lesión se convierte en un obstáculo narrativo más que en un comentario social. Esa decisión limita lo que pudo ser un retrato crudo sobre la vulnerabilidad de los atletas jóvenes y la cultura que exige que se sacrifiquen sin medir las consecuencias. Por lo que cuando Cam recibe la invitación para entrenar con Isaiah en su complejo privado, la película cambia de tono para volverse un escenario terrorífico.

Cine de terror barato en una premisa ambiciosa

Por lo que parecía un entrenamiento de alto nivel, pronto se revela como un espacio extraño, cargado de rituales y símbolos religiosos. Isaiah se vuelve entonces un mentor y verdugo, exigiendo pruebas físicas y mentales cada vez más extremas. La atmósfera oscura del lugar refuerza la idea de que Cam está entrando en una especie de secta disfrazada de disciplina deportiva. De mantenerse en esa línea, Him podría haber explorado temas como la manipulación, el adoctrinamiento o la violencia psicológica. Pero opta por escenas simbólicas que resultan demasiado obvias. 

Hay imágenes que remiten a la iconografía cristiana, como la cruz que Cam siempre lleva al cuello o la recreación de una Última Cena en una sesión de entrevistas, pero esas referencias son tan directas que pierden cualquier sutileza. La película no disimula ni juega con la idea que Cam ha entrado en un terreno peligroso, pero nunca se genera verdadera tensión porque todo se hace en exceso predecible. En este punto, Him parece más interesada en remarcar su metáfora que en construir una narrativa convincente que atrape de verdad.

Parte de la responsabilidad la tiene el guion, escrito a cuatro manos por Tipping junto a Skip Bronkie y Zack Akers. Eso, debido a que la premisa lanza múltiples ideas que nunca desarrolla. Se mencionan ritos misteriosos sin mayor explicación, aparecen imágenes demoníacas que no llevan a ningún lado y se habla constantemente de la importancia de la familia para Cam, aunque rara vez lo vemos convivir con ellos. 

Un final sin nada que decir en la gran decepción del año

Incluso la crítica más evidente — el sacrificio del cuerpo en nombre del deporte — se reduce a frases simplistas. Mucho peor, tan triviales que todo el apartado visual parece pretencioso en contraste con lo que poco que la cinta tiene que contar. 

El acto final, cuando la historia se descontrola, no se entiende con claridad porque no se construyó un trasfondo sólido. Por lo que Him deja a su paso la sensación de que faltan piezas fundamentales para comprender lo que ocurre, mientras Cam parece tener todas las respuestas que la audiencia nunca recibe. 

Esa desconexión rompe cualquier posibilidad de un desenlace satisfactorio. Más que un cierre, lo que se obtiene es un caos visual y narrativo que intenta impactar con símbolos, pero no con sustancia. Un desorden sin lógica ni sentido que convierte a la que se suponía era una de las grandes películas de terror del año, en una obra mediocre y vacía. El punto más lamentable de la producción. 


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