En una batalla donde los drones ya no necesitan humanos para coordinar y atacar, y donde estos dispositivos de combate han llevado la guerra tecnológica a una nueva fase desquiciada donde se están derribando a sí mismos, tarde o temprano tenía que ocurrir. Los drones y el espacio aéreo ucraniano se parecen cada vez más, para lo bueno y lo malo, a los coches y las carreteras de todo el planeta.

El cielo congestionado. El frente ucraniano se ha convertido en un espacio aéreo tan saturado de drones que sus operadores deben negociar entre ellos para evitar colisiones y, sobre todo, interferencias de sus propios sistemas de guerra electrónica. 

En un entorno donde miles de aparatos vuelan simultáneamente, los pilotos establecen “corredores de vuelo” temporales, pactados por mensajes en grupo o por radio, para atravesar zonas bajo control amigo sin ser derribados por los inhibidores de señal de su propio ejército. Este intercambio, a veces caótico y espontáneo, refleja cómo la guerra moderna se libra tanto en el aire como en el espectro electromagnético, donde las ondas, más que las balas, determinan quién ve, quién dispara y quién sobrevive.

La guerra invisible. Lo hemos contado antes. La batalla por el dominio del espectro electromagnético es ya una de las más decisivas del conflicto. Cada lado intenta saturar o proteger las frecuencias del otro mediante sistemas de interferencia que pueden anular drones, misiles o radares, pero también dejar ciegos a los propios. Pilotos como Dimko Zhluktenko, de las Fuerzas de Sistemas No Tripulados de Ucrania, explican en Insiere que su labor incluye identificar los sistemas rusos de guerra electrónica para destruirlos antes de que bloqueen la señal de sus drones. 

Otros operadores, en cambio, deben coordinarse con varias unidades simultáneamente, buscando un equilibrio entre la protección de sus tropas y la necesidad de mantener abiertas las rutas de vuelo. En muchos casos, los mandos que controlan los sistemas de interferencia están en niveles jerárquicos superiores, por lo que las unidades sobre el terreno apenas pueden solicitar cambios, sin capacidad real para apagarlos o ajustarlos según sus misiones.

El caos del cielo. La densidad de aparatos en el aire ha creado un entorno casi imposible de gestionar. Drones comerciales modificados, aparatos FPV explosivos, drones de reconocimiento, interceptores y sistemas de guerra electrónica compiten por espacio y señal, en un panorama donde distinguir entre amigo y enemigo es cada vez más difícil. Muchos soldados disparan o activan sus inhibidores ante cualquier dron que se acerque, incapaces de identificarlo con precisión. 

La similitud entre los modelos rusos y ucranianos agrava la confusión, y en ocasiones los propios ucranianos derriban aparatos aliados por miedo o incertidumbre. En este escenario, la guerra se asemeja a un gigantesco atasco aéreo donde cada operador debe avisar, coordinar y esperar su turno para cruzar el frente sin ser bloqueado o destruido por su propio bando.

Carrera sin tregua. De fondo, Ucrania y Rusia compiten por desarrollar tecnologías capaces de resistir el bloqueo electromagnético. Los nuevos modelos incluyen drones sin dependencia de GPS, controlados por cable de fibra óptica, equipados con inteligencia artificial o capaces de cambiar de frecuencia para escapar del “ruido” enemigo. 

Sin embargo, estas innovaciones llegan lentamente al frente, donde conviven con equipos obsoletos que exigen improvisación y comunicación constante. Así, cada vuelo es una negociación entre unidades, cada misión una apuesta contra el caos del espectro, y cada avance ruso obliga a una respuesta ucraniana inmediata.

La nueva frontera. En el fondo, el conflicto en Ucrania ha convertido el cielo en un laboratorio donde se redefine la guerra del siglo XXI. Ya no se trata solo de tanques o misiles, sino de ondas, señales y microprocesadores. La coordinación entre drones y sistemas de interferencia revela tanto la madurez como la fragilidad de un ejército que ha hecho del ingenio su principal arma. 

Y también evidencia un límite: cuanto más saturado esté el espectro, más probable será que la tecnología se vuelva contra quienes la utilizan. En ese espacio invisible, donde cada interferencia puede decidir el destino de un dron o de una vida, Ucrania libra una guerra tan moderna como paradójica: una guerra en la que la comunicación es la única forma de evitar que la defensa se convierta en su propio enemigo.

Imagen | TASS

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