Tíjola está en el Alto Almanzora, a 700 metros sobre el nivel del mar; justo entre la sierra de Filabres y la de las Estancias. 35 grados en verano, mínimas en torno a cero en invierno. Esparto, romero, tomillo, lentisco. Algún pinar disperso. Poca agua, muy poca. 

Su balance hídrico es negativo casi todo el año y, si no fuera por la sobreexplotación histórica del acuífero y el trasvase Tajo-Segura, no crecería nada más que algo de almendro, un poco de cereal y un puñado de olivos dispersos. Por eso, la idea de hectáreas y hectáreas de olivo en régimen intensivo de regadío resulta tan rara. 

Rara, pero no imposible. De hecho, según la Coordinadora Ecologista Almeriense, es lo que se está haciendo. SAT Olisur, que por lo demás lleva años trabajando en el aprovechamiento de recursos hídricos, está llevando a cabo la puesta en marcha de 14 hectáreas de regadío. 

Algo que, más allá de la polémica, es sobre todo una muestra de que la gran pregunta del momento es: ¿a qué precio se cultivarán esos olivos? ¿qué impactos se esconderán detrás de la producción intensiva en zonas vulnerables?

El fin de una época. Durante miles de años, los olivos han crecido en la cuenca del Mediterráneo. Es un cultivo de secano, con densidades moderadas y muy pegado al terreno. El problema es que, en los últimos años, ha dejado de ser rentable. 

El mejor ejemplo es Andalucía. En el sur de España, «se han llegado a obtener buenas cosechas con 400mm anuales». Sin embargo, en el año 2023 hay zonas de secano andaluzas «que no han recibido ni 200mm». Fue una catástrofe: una catástrofe que amenaza con repetirse año sí año también. 

Por eso, cada vez más productores quieren pasarse al regadío. Porque «secano» significa «se riega con lo que cae» y «regadío» es «tener el agua asegurada». Y el olivar es buen negocio, si puedes regarlo.  «Lo difícil es disponer de agua porque ya la cuenca del Guadalquivir es deficitaria, así que no se dan nuevas concesiones», explicaba Diego Barranco hace unos años. De ahí que los olivos estén «huyendo» del Guadalquivir. Y van a dónde pueden. A Almería, por ejemplo.

Los límites difusos del extractivismo agrícola.  El caso de SAT Olisur es complejo porque, incluso si nos parece mala idea, se trata de una empresa que lleva casi 30 años trabajando en la zona; que trata de sobrevivir con unas cartas muy malas.

Pero no todos los casos son así. En los últimos años, hemos visto cómo empresas fantasma se dedican a arrendar terrenos, drenar sus recursos y pasar a lo siguiente.  El extractivismo agrario está a la orden del día y el conflicto es inevitable. La alocada idea de poner olivos de regadío en Almería es sencillamente una anécdota de un problema inmenso. El problema de que, como decía Hannah Arendt, nunca es sencillo saber la diferencia entre un refugio y una trampa.  

Imagen | WineCountry Media

En Xataka | España se enfrenta a su mayor reto agrario del siglo: convertir en  regadío 1.901.529 hectáreas de olivar antes de que sea tarde

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