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Somos felices durante la adolescencia y la juventud tardía, pero a medida que pasan los años nos volvemos cada vez más tristes, más infelices, más miserables. En algún momento, a finales de nuestra década de los 40 a principios de nuestra década de los 50, tocamos fondo. Y una vez ahí todo tiende a mejorar.
«Es estadística», decíamos. Lo que no sospechábamos era que la estadística podía estar ‘trucada’.
La felicidad tiene forma de U. «La felicidad es una pendiente resbaladiza hasta que llegamos al fondo del pozo en algún momento indeterminado de la mediana edad. A partir de ahí, vuelve a ascender hasta niveles de la juventud». Eso decía un estudio de 2008 que de Blanchflower y Oswald con datos de más de medio millón de personas.
Durante los años siguientes ( aquí un ejemplo de 2017), estudiaron con cierto detalle hasta qué punto era firme esta tendencia con forma de U; todo parecía indicar que así era. Hasta que Fabian Kratz y Josef Brüdel de la Universidad Ludwing Maximalian de Múnich se dieron cuenta de un pequeño – posible – problema.


Wonkblog
Un problema de fondo. ¿Y si la felicidad disminuye constantemente con la edad y lo que vemos en los gráficos agregados es solo un efecto estadístico? Kratz lleva años estudiando la felicidad y, como explicaba en New Scientist, cada vez está más convencido de que la U sencillamente no existe.
Repasando la literatura científica, los autores encontraron estudios que justifican una «estabilidad» en la felicidad a lo largo de los años; un «aumento» o descenso progresivo; una U invertida; una U normal; y una curva a modo de oleadas (ascensos, descensos). El problema es «que todos los trabajos sobre edad y felicidad han incurrido en sesgos que han distorsionado sus resultados».
La otra forma de la felicidad. Al corregirlos, Fabian Kratz y Josef Brüdel llegaron a la conclusión de que es verdad que la felicidad muestra cierta estabilidad en torno a los últimos 50, pero no llega a subir en ningún momento.


Kratz y Brüderl (2021)
¿Pero por qué? Es importante tener en cuenta que este trabajo es esencialmente metodológico. Pero la idea central de Kratz es que los estudios previos no se dieron cuenta de que «a partir de cierta edad, la felicidad parece aumentar solo porque las personas infelices ya han muerto».
Las personas menos felices tienden a morir antes, lo que provocaría una sobrerrepresentación de los más felices en las edades más avanzadas (literalmente, como decía nuestro compañero Andrés Mohorte, puro sesgo del superviviente).
Según esta teoría, «aquel viejo relato popular» mediante el cual la jubilación nos abriría una ventana hacia una vida más plena y satisfactoria es eso, un relato: una mentira.
O, quizás, una estrategia. Porque, en fin, «hay mucha evidencia sobre cómo los humanos experimentamos un bajón psicológico en la mediana edad» (Blanchflower y Oswald, 2007; Steptoe, Deaton y Stone, 2015; Graham y Pettinato, 2002), pero hay muy poca sobre la relación entre ese bajón – esa infelicidad – y la calidad de vida.
Como decíamos hace ya bastantes años, «estamos a punto de ver qué pasa con los millenials cuando se vuelven infelices» y quizás eso es está detrás de una parte las batallas generacionales. Pero no es lo mismo encarar el futuro con la certeza de que las cosas van a mejorar, que con la sombra de que todo va a ir a peor.
Nunca la ciencia de la felicidad fue tan deprimente.
Imagen | Garloncio